Isidoro Valcárcel Medina: «Todo tiempo pasado fue peor»

Texto Nacho Álvarez-Castellanos Fotos Javier Morales

Durante la media hora de conversación con Isidoro Valcárcel Medina (Murcia, 1937), uno se va dando cuenta poco a poco de que a este artista, uno de los más importantes que hay ahora mismo en activo en nuestro país, le gusta mucho hablar. De todo, de arte, del mundo que nos rodea, de política, de economía… No rehuye ninguna cuestión y, como decía aquél, nada le es ajeno y pretende que a nadie le sea tampoco.

Valcárcel Medina, Premio Nacional de Artes Plásticas en 2007 y Premio Velázquez en 2015, es sencillo, de trato tremendamente amable y educado, y afronta todas y cada una de las preguntas que le hacemos con una libertad de palabra y pensamiento que resultan, para los momentos políticamente correctos que vivimos, muy reconfortantes.

Hoy inaugura en la galería T20 de la capital murciana la exposición titulada El encanto de la crisis. La intervención, dentro del proyecto No lo llames crisis, abre la temporada de T20, y se encuadra dentro de un proyecto, que ya comentamos en esta web y que se centrará en el análisis de la década transcurrida desde la caída de Lehman Brothers.

De nuevo trabajando en Murcia. Bienvenido, nos alegramos mucho de que esté de nuevo por aquí.

Y yo estoy encantado de estar aquí.

No sé si el último trabajo que ha hecho en nuestra ciudad fue el que realizó usted para el Proyecto Luz en el barrio de Vistabella o después hizo algo más adelante.

Sí, para trabajar fue lo último… ¡No! Después de Vistabella hice un trabajo en el edificio de la Convalecencia. Sí sí, hice un montaje sonoro.

Bueno, pues lo primero, y también a modo de agradecimiento a Carolina Parra y Nacho Ruiz, directores de la galería, ¿nos puede hablar de la obra que va a mostrar en T20?

Ellos me han puesto el tema, la crisis famosa que parece ser que mañana cumple años… Entonces, bueno, hay que decir que yo soy absolutamente ignorante de la enjundia de la crisis, pero es verdad que hace mucho tiempo que estoy despotricando de ella, de la consideración, del pábulo que se le da y sobre todo de que no se reconoce que somos todos nosotros los provocadores de la crisis, ¿no?, los responsables. Entonces, creo que este aniversario es una ocasión perfecta para cachondearme de la situación, para decir “oiga, ya está bien”. De ahí esta exposición llamada El encanto de la crisis, es decir, por qué no aprovechamos esta crisis para espabilar y cambiar. Esa es la esencia de esta intervención.

¿Sobre qué cosas ve usted especialmente necesario que se sepa la verdad?

Hombre, sobre todas las cosas, pero principalmente el hecho que comentamos del montaje económico y social en el que vivimos y en el que parece ser que estamos encantados y que provoca esta situación de crisis. La palabra “encanto” que da título a la exposición tiene también que ver con que todas las ideas creativas surgen de una crisis en un cierto sentido, ¿no?, surgen de algo que no funciona, y llega un momento que hay que decir “no no, hay que cambiar esto”. En este sentido yo me atrevo a decir que me encanta la crisis, y lo digo para, insisto, ver si eso produce un espabile, un momento de lucidez. Es muy posible que no lo consiga, que no lo provoque, pero bueno, yo lo digo y lo intento.

De todas formas sí que hay que reconocer que de esa crisis surgió hace unos 5 ó 6 años un movimiento social y político de contestación…

Sí, eso es cierto, el problema es que ahora mismo, en estos momentos, estamos hablando exactamente de lo mismo que se hablaba hace 10 años, es decir, del ladrillo, de la burbuja inmobiliaria…, de los mismos rollos. Sí, hay momentos de lucidez pero que luego se apaciguan y se vuelve a lo mismo. Yo lo que quiero es que pensemos por qué estamos mal y a raíz de ese análisis hagamos por estar bien. A ver si fuera verdad tener puntos de iluminación.

Sencillez, lógica en sus planteamientos, falta de artificio, ¿es al final su arte una prolongación de su carácter?

(Se ríe) No sé, yo realmente lo que pienso es que no hay que ser indiferente a nada de lo que ocurre y hay que estar siempre alerta de nuestra situación, con una cierta lucidez. No hay que esconder el bulto en ningún momento, tomando conciencia de que tenemos la obligación de reaccionar.

Yo, personalmente, procuro estar alerta de todas las cosas. Por ejemplo, en esta galería de arte hay mucha luz, pero, ¿por qué hay tanta luz? Porque es una galería de arte. Ah bueno. Pero enterémonos de que hay un exceso de iluminación, no estemos ciegos a eso. ¿Que luego se da una explicación a eso y no te convence o no la aceptas? Entonces dices, “no no, aquí para escribir no necesito este exceso de luz”. Resumiendo, si no me convence algo, tengo que actuar en contra y proponer buscar salidas, aunque esas salidas no tengan fruto.

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¿Necesita el ser humano la contraposición de conceptos para sentirse a gusto? Es decir, contraponer por ejemplo independencia a comercialidad, conceptualidad a figurativismo, modernidad y clasicismo…

Esta sería una cuestión demasiado difícil para una simple entrevista. Vamos a ver, la reacción a algo no tiene que ser forzosamente hacer lo contrario, sino a veces sólo es necesario variar unos milímetros. Esos milímetros pueden ser una enormidad. Contra la figuración la abstracción… en términos generales nos podemos quedar con eso, pero yo hablaría de que hay otro tipo de figuración, no lo contrario a ella. Hay que andar con pies de plomo y con mucha atención ante el hecho de pensar “¿cómo hago el cambio?”, porque no todos los cambios son oportunos, son acertados. Entonces el cambio no está en la brusquedad.

Yo siempre digo que el combate siempre hay que hacerlo en el territorio del lugar al que vas, es decir, yo presento una ley para que se debata en el Congreso, acogiéndome al derecho del ciudadano a legislar, y la presento con tanta corrección, respetando tantísimo los principios, los acentos, las modalidades, las comas, lo párrafos, la forma de redactar la ley…, que el Congreso no puede echarla por tierra en el sentido formal. Ahora bien, cuando el Congreso lee el contenido de la ley dice “no podemos tragarla”, y como no tienen asidero argumental, entonces dice “es materia de ley orgánica y el ciudadano no puede legislar leyes orgánicas”. ¿Te das cuenta?

Claro. La salida legal es “necesita usted x firmas para llevar a cabo esta proposición de ley”.

Sí. Por ejemplo, la ley del arte. ¿En el tiempo que llevamos de democracia, ustedes no han podido sacar adelante una ley orgánica que cubra este vacío legal? Yo la propuesta la hago al Congreso, el problema es que lo que yo propongo no les gusta. ¡Evidentemente lo hago con muy mala idea!

¿Qué significa para usted la palabra rebeldía?

Esa palabra es un poco violenta, porque luego resulta que la rebeldía puede ser pintar una pared con un pincel pequeño (se refiere a la acción que realizó en 2006 en el MACBA de Barcelona). Se me puede decir “oiga, que va usted a tardar mucho en pintar el muro con un pincel”. Bueno ya, pero peor para mí, ¿no?, ya sé que voy a tardar mucho pero es que me lo voy a pasar bien (risas). Es decir, la rebeldía en este caso es hacer lo que a la institución ni siquiera se le pasa por la cabeza, porque está tan centrada en defender sus pequeñas parcelas… La rebeldía es no seguirle al rollo a lo instituido.

¿Pero dice que la palabra rebeldía le parece violenta?

No, matizo. Me parece que se utiliza con un carácter violento. La rebeldía puede ser lo más pacífico del mundo, puede ser una calle en la que todo el mundo va deprisa a trabajar y usted va despacito. “Oiga, ¿y usted por qué va tan despacio?”. Porque sí.

En cada entrevista que hacemos preguntamos por la implicación social y política que debe tener el artista. Hay personas que se niegan a responder o responden que no les interesa. Por supuesto que vemos lícitos esos planteamientos, pero, ¿usted qué piensa? ¿Cree en la capacidad del artista para criticar lo que no está conforme, en su función de «altavoz»?

Hombre, no estoy convencido de que pueda ejercer como altavoz, aunque la obligación del artista es ejercer como tal. Un artista puede decir: “es que esto tiene un matiz social o político o religioso…”. No no, a mí me da lo mismo, en el momento que yo veo una cosa que no me cuadra tengo la obligación de decir “atención a esto”. Esa obligación de denuncia, por así decirlo, debe existir en cualquiera, pero en el artista que presume de aportar nuevas ideas, esa obligación es aún mucho mayor, y yo procuro siempre cumplir con esa obligación cuando alguien o algo no me gusta. A cambio, yo hago una propuesta, que puede ser insignificante, porque yo no soy un creador de posiciones políticas ni económicas ni nada de eso, pero por lo menos me he enterado, ¿eh? Hablo y pienso, e insisto, me siento en la obligación de hacerlo, sí, sí. En cualquier terreno, ya sea urbanístico, en el religioso, en el político, que tiene tanto que decir…

¿El arte pierde libertad cuando es patrocinado por las instituciones públicas? ¿Puede de esta manera el artista sentirse autocensurado?

Claro. Los ejemplos de artistas que están condicionados por una galería, por un museo, por cualquier institución pública o privada, es muy grande. Se me puede decir que ese artista actúa como quiere. Evidentemente. Ahora, si lo veo y tengo ocasión es que le voy a decir: “Tío, es que llevas 30 años pintando el mismo cuadro porque la galería los vende muy bien, y tú supuestamente eres un creador de ideas”. Entonces, si llevas 30 años haciendo eso, ahí hay algo que falla en el territorio de la creación. Que sí, que el hombre puede pintar muy bien. Vale, pero no es un creador, es un repetidor. [Un pintor que lleva 30 años pintando el mismo cuadro no es un creador, es un repetidor].

Lo mismo hay gente que se puede ofender cuando lo lea, pero es una realidad.

Usted ha dicho que “La ley siempre impone límites, que hay que andar con el ojo alerta porque entrar en el terreno de la ambición de la sociedad, del mercado, es caer en la asimilación y que se pierde el mordiente, la agresividad, pero bueno, para eso existe un creador”. ¿Es necesario que el arte sea así, mordiente?

¡Absolutamente, por supuesto! Generalmente se considera que el autor, en el territorio del arte, es un señor que saca productos, pero realmente el arte es el proceso mental que saca ese producto, y a eso no puede renunciar el artista de ninguna manera, es decir, no puede renunciar al gesto expresivo que requiere su creatividad. Lo que pasa es que ese “gesto” puede comérselo, de ahí que tengamos los creadores repetitivos de los que hablábamos. Hombre, también puede ser que haya artistas a los que no se les ocurra nada, que no hagan ese proceso mental del que hablábamos, pero entonces habría que decirle que lo dejara y que se dedicara a otra cosa, porque ya no puedes ir con la etiqueta de artista. Hay que ser consciente de en qué territorio se está. Eso socialmente tiene un repercusión enorme, porque la sociedad sigue creyendo que el artista es un ser especial que siempre actúa de una forma maravillosa. No, puede ser lo contrario.

Me gustó mucho el título del documental No escribiré arte con mayúscula, porque yo en ese momento estaba escribiendo una cosa y suelo escribir arte con mayúscula, y porque es una preciosa forma de quitar importancia al arte, aunque la tenga y mucha, porque al final es quitarnos a nosotros importancia, que es al final lo que engrandece a las personas, su sencillez.

(Risas) ¡No iba contra ti eso, ¿eh?! Sí, eso viene porque yo hice una acción en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Salamanca. Entré en aula y llené una pizarra de esas antiguas, inmensa, con la frase “No escribiré arte con mayúscula”, como si fuera un castigo, ¿no? Entonces, coincidía que en ese aula había a continuación un examen de Historia del Arte. Entraron los alumnos, entró el profesor y dijo “¡¡¿¿pero esto qué es??!!”. De ahí el título del documental.

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Todo tiempo pasado fue… ¿Me puede completar?

¡Ay! Precisamente en la comida hemos estado hablando de eso. Yo me he callado, ¿eh?, sólo he estado oyendo lo que decían los demás comensales. No sé, yo creo que todo tiempo pasado fue peor. Sé que nuestro tiempo es asqueroso, repugnante (risas), pero creo que, efectivamente, todo tiempo pasado fue peor. Es una opinión muy personal, ¿eh?, pero me pongo a repasar la memoria, incluso la historia, y digo “cuando ocurría esto, cuando pasaba lo otro…”, y pienso “¡ahora estamos muy bien!”.

Pues me va a permitir, pero me sugiere que lo que me está diciendo es precisamente la modernidad, la contemporaneidad.

Visto de otra manera podría parecer que manifiesta un cierto conformismo.

De ninguna manera.

Bien, no sé, es una contestación de verdad que sincera.

Hace ya 2 años que intervino en el barrio murciano de Vistabella con el Proyecto Luz, en el que usted colocó 3 racimos de luces de diferentes colores. Esas luces tan tenues continúan por supuesto en su sitio. ¿Qué le aporta la calle que no le aportan los espacios cerrados?

¿Están todavía los racimos? ¡Qué bien, qué alegría! Bueno, la calle me aporta casi todo. Yo siempre digo que la creatividad es ir siempre con la antena levantada. El problema está en seleccionar qué tocas. La calle es todo, a mí me es fundamental el contacto con la calle. Podría citar a lo mejor 25 trabajos míos que están, no ya inspirados en la calle, sino hechos en la calle. Por ejemplo, estar esperando a cruzar un semáforo y estar en el otro lado la masa de gente y de pronto alzar los brazos como saludando. En ese momento la gente cruza preguntándose a quién estaré saludando, pero yo al final no saludo a nadie. Vale, eso no va a pasar a la historia del arte, por supuesto, pero ver a toda esta gente, impávida…, ¿es que no hay ningún estímulo aquí? Pues venga, voy a hacer eso. Eso es la calle.

Entonces estamos hablando de conexión entre disciplinas, porque al final esa acción artística es una acción teatral.

Sí claro, para mí no hay materia a tratar. O dicho de otra manera, cualquier cosa puede ser materia. Ya lo he dicho antes, yo de economía no entiendo una papa, sin embargo hago una exposición, bajo mi responsabilidad, acerca de un grave problema económico del que me creo con el derecho e incluso la obligación de tratar ese asunto  que es básico.

Atendiendo a las continuas colaboraciones que realizan, se diría que vive en una especie de idilio con la galería T20 y sus responsables, Carolina Parra y Nacho Ruiz. ¿Qué le aportan estas personas, qué se aportan mutuamente?

Con ellos tengo una relación, en primer lugar y fundamental para mí, de libertad de acción, es decir, yo hice en una ocasión un trabajo con ellos en esta galería, totalmente inesperada y casi absurda e inesperada, y no he tenido de ellos ningún tipo de objeción, sino todo lo contrario, una colaboración clara y decidida. Me siento estupendamente actuando con ellos. Únicamente tengo que decir que no pertenezco a su galería. Ahora, estoy encantado de colaborar con ellos porque, como me dejan hacer lo que quiero y yo procuro no pasarme de la raya…

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