La Revuelta del Niño de Elche

Autor: Jesús Robles

La Mar de Músicas abre las puertas de Cartagena a todos los sonidos posibles. Si hay algo que hace diferente a éste de todos los demás festivales que se expanden por todas las geografías es que aquí solo hay un escenario: La ciudad. No hay esquina en la que no se respire el evento. Mérito de Paco Martín y de todo un equipo, sin duda. Como el primero ya no está con nosotros me pasé por el mural que, en recuerdo suyo, estaban acabando unos artistas portugueses. Y lo hice solo para seguir dándole las gracias por todos los grandes conciertos que he tenido la oportunidad de vivir aquí, acariciado por el viento marino.

Tenía ganas de volver este año y como tardaba en recibir el encargo por parte del director de esta web –sospechaba que con ese nuevo dispositivo 5G que ha adquirido, capaz de hacer crónicas por sí solo, no lo recibiría nunca- me hice el encontradizo en la cafetería Aduana y me ofrecí como freelance gratuito. 

Así es como agarré este bloc de notas y me planté delante del escenario del patio del CIM para ver al Niño de Elche, al que no veía desde un encuentro casual que tuvimos en el AVE a Madrid. El Mundo es un pañuelo, le dije entonces y el salió con aquello de que sí, pero va siendo hora de que le demos la vuelta. 

Y en eso se afana el artista. En darle la vuelta a todo. En su último disco y en próximos proyectos ha prometido remover los palos sagrados de estilos musicales considerados por la ortodoxia como “absolutos” o “completos” como el flamenco o los ritmos latinoamericanos. 

Empeñado en la ruptura –hasta que se rompa la crisma- comienza el concierto con los agradecimientos – a todo lo que se mueve- y termina saltándose los bises y dejándonos con la miel en los labios. 

Entremedias, intercala temas de sus dos últimos trabajos con panegíricos, filípicas, elogios y blasfemias. Pero es por la música –excelentemente acompañado por una banda que consigue sacar ritmos con todo tipo de artilugios- por lo que todo cobra sentido, sumiéndonos en una brillante confusión con la perdemos el contacto con tierra firme. Solo despertamos con los caramelazos de mentol y cocaína que lanza desde el escenario, con los que nos dice: ya basta por esta noche. Y con ellos se burla hasta del engaño. 

Con una dulce ensoñación me dirijo a mi hostal. El Niño de Elche sigue y seguirá dándole la vuelta a todo, pero siempre respetando la esencia y la esencia es la música.   

Mientras camino, sigo con la compañía de las voces del artista, las graves, las estridentes, los susurros y los gritos y veo que las calles de la ciudad están muy animadas a pesar de que es muy tarde. Antes de llegar a mi habitación pregunté y ya nadie se acordaba de cómo era un mes de julio en Cartagena antes del Festival. Puede que nada existiera, me dijo uno. También me dijo que precisamente esa tarde el Pleno del Ayuntamiento había rechazado renombrar el Auditorio del escenario principal del Festival para darle el nombre de su creador, pero que ya todo el mundo en la ciudad le llamaba el Auditorio Paquito Martín.

Firmado por Jesús Robles.

Comentarios