Un escenario con lo que parece un pequeño estanque, una recreación de un manzano con unos frutos que nos dice la leyenda son prohibidos, y las hojas de los árboles que caen por toda la tarima, cubriendo a su vez dos bultos, dos personas quizá a punto de salir a la luz. Se apagan las luces del teatro y, efectivamente, a la primera nota de la música que suena por los altavoces, un brazo se levanta fuerte al cielo. Después, el cuerpo de una mujer se despereza, igual que lo hace el del hombre. Personas que nacen de la tierra, personas que en un principio no son ni eso, inseguros en sí mismos, intentan adaptar sus gestos corporales a lo que se supone deben ser, los primeros seres humanos, aquéllos que la Biblia les dan el título de padres de todos los que hemos venido después: Adán y Eva…, perdón, en el caso del espectáculo de la compañía ilicitana Otra Danza, que se ha representado en el Teatro Circo de Murcia, dentro del ciclo «Al teatro en familia», Eva y Adán.
Eva y Adán acaban de nacer. Se miran, se tocan, se reconocen, reconocen sus articulaciones, los sonidos que emiten sus gargantas, descubren las palmas de sus manos, y descubren que golpeándolas entre sí y éstas con el cuerpo pueden hacer sonido, ritmo, música. Eva y Adán danzan alegres, unidos en la novedad de un mundo con todas las posibilidades de lo virgen, seguros de que todo lo que tiene que venir será bueno, ¿acaso debería ser de otra manera? Si la historia bíblica, la “oficial”, nos cuenta la historia de esta pareja desde una visión temerosa de la vida, en la que, hagan lo que hagan, siempre estarán abocados a equivocarse y caer en las tentaciones de la carnalidad pecadora, donde Eva, mujer símbolo de todos los males, de todos los defectos que tiene el ser humano, será la única culpable de la expulsión del paraíso y el paso de la humanidad a una vida de penuria, en Eva y Adán, como decimos, es la ingenuidad, la felicidad, el amor, la sublimidad de una naturaleza toda para ellos, la que guiará su modo de vida. Son los primeros pobladores de la tierra, seres prehistóricos, en principio mitad animales mitad humanos. Si descubren el agua, será para beber su agua y comer sus pescados, pero también para salpicarse y jugar con ella; si lo que les rodea son hojas caídas del bosque que les acoge, éstas servirán para arrojarlas entre ellos y de nuevo convertir ese acto en otro juego… El fuego, el frío, sus cuerpos, una casa que se construyen…, todo es para proporcionar bienestar, placer, optimismo, despreocupación. Ya decimos, esta no es la historia que nos contó la Biblia, es la historia que hubiéramos querido escuchar.
En la magnífica Eva y Adán, compuesta por la directora y coreógrafa Asun Noales (Elche, 1972), hay que dar una matrícula de honor al trabajo de sus protagonistas, Saray Huertas y Salvador Rocher, potentes, delicados, enérgicos, elegantes, poderosos, frágiles, cómicos o dramáticos, según lo requiera la ocasión. Pero también hay que dar una matrícula a la propia Noales, que consigue que sus bailarines expresen esa idea de juego y descubrimiento, en una sucesión de danzas, expresiones y mímicas perfectamente medidas, perfectamente compenetradas. También destacar la música, perfecta para la obra, incluso el cha cha cha que se marcan casi al final de la obra. Perfecto.
Precisamente llegamos a eso, al final. Eva y Adán encuentran el árbol del fruto prohibido. Dudan si coger la manzana, cómo no, la duda es humana. Pero no hay ninguna serpiente-diablo que tiente a la mujer, ni es la mujer la que coge el fruto, sino el hombre, ni hay rechazo sino amor, ni hay expulsión sino amor, ni hay pecado sino amor. Sólo hay vida con amor.