Por Jesús Robles
Asignación de tareas en mitad de la noche:
– Director de blog de éxito (tono autoritario): “Me redactas una crónica del concierto de The Wave Pictures en el 12 y medio. Entre cuarenta y sesenta líneas.”
– Becario con ganas de aprender el oficio de reportero: “Me tendrá que enseñar primero qué es una crónica. No sé muy bien cómo se hace.”
– Director de blog: “Te voy a decir los cuatro puntos cardinales de una buena crónica. Hay que mencionar el sonido, el repertorio, la actitud del grupo y las sensaciones entre la parroquia, etc. Puedes empezar leyendo las entradas anteriores de nuestro redactor titular, J. Ricardo Montoya y vas aprendiendo. La clase ha terminado.”
Foto: Silvestre González
Era un encargo realizado con nocturnidad y alevosía pero, ¿me quedaba alguna alternativa? Empecé contestando que nunca suelo escribir sobre materias impuestas. No me sale. A medida que avanzaba, mi voz se iba debilitando y terminé con un murmullo que sólo pude escuchar yo: “Nunca escribo por encargo. Mi rebeldía será escribir sobre lo que me dé la gana. Añadiré cuatro o cinco datos copiados de otras crónicas. Nadie se dará cuenta. Es un pequeño acto de desobediencia. El único que me puedo permitir. Necesito este trabajo, quizá algún día me paguen.” Al final pregunté ¿Para cuándo dice que la quiere?
Yo también tuve un amigo imaginario. Como todos. Era quien metía las canastas decisivas en los partidos de resultados apretados, sacaba notas brillantes sin esfuerzo, disfrutaba del amor mientras yo me rebozaba en semillas de calabaza y quien consiguió la penetración en el momento en el que me entregué al onanismo para siempre. Mi error es que no me deshice de él en el paso a la madurez. Sólo conseguí un cierto distanciamiento y ya sólo nos tropezamos de vez en cuando. Como en el concierto de los Wave Pictures del pasado día 20 en la Sala 12 y medio. Estaba ahí, al lado mío, con su sonrisa confiada, meneándose con gracia y golpeando con fuerza el suelo con el pie “tap, tap, tap” en el momento en que sonó la primera canción.
– ¿Qué tal te va?
– Muy bien, ahora trabajo para una revista literaria de prestigio. Tengo una crónica de este concierto. A ver cómo sale.
– Seguro que bien y si tienes algún problema sobre como terminar ese trabajo, no te preocupes. Yo te redondeo el final, como he hecho siempre.
Con la sala presentado una buena entrada y tras la apertura de Clara Path salieron The Wave Pictures. Los de Wymeswold son uno de esos grupos en cuyos conciertos, desde el minuto cero, todo el mundo conoce los términos del contrato: Ellos van a dar todo lo que tienen, que es mucho y bueno y el auditorio va a estar entregado y tanto ellos como nosotros, instalados en esa certeza, vamos a disfrutar de las casi dos horas largas de música sincera y directa. Así es.
Era su octavo concierto en nuestro país con un solo día de descanso y muchos kilómetros de por medio, pero la palabra cansancio no esta en el diccionario de estos músicos. Tampoco trampa ni triquiñuela. Toda la música que viene del escenario, la que nos hace saltar, bailar, contorsionarnos, hacer tap, tap con los pies, soñar, volar o viajar sale de sus manos e instrumentos.
Ofrecieron un amplio repaso por toda su discografía, sin que su último disco Great big flaming burning moon acaparara el concierto. Fueron sonando canciones de City Forgiveness, de Susan Rode the Cyclone, de If you Live it Alone. Todas con la afilada guitarra de David Tattersal, por cuyo mástil se movían sus dedos como lagartijas, como absoluta protagonista.
¿Concesiones? Claro. Dos versiones de Daniel Johnston (siempre con su diablo), una rotación en la que, (¿el cuarto miembro de la banda?), que estuvo toda la noche agitando su pandereta, pudo desentumecerse algo y se sentó en la batería mientras Johnny Helm se desgañitaba, sin micrófono y pudimos comparar su voz desnuda con la de Shane MacGowan.
La rápida vuelta al escenario del grupo tras el asomo de adiós nos ofreció los estupendos matices de la voz desnuda, ahora de David, lo que, a dos metros del escenario te hace maldecir los micrófonos y amplificadores y quieres que siempre sea así. Tras esto, un estirón generoso con cinco canciones más para reír, gozar, rozarse con la chica/o de al lado y saltar.
Cuando terminó el concierto me quise lucir ante mi jefe con algo que no había visto nunca en ninguna crónica: una encuesta de opinión entre los asistentes:
– ¡Qué buenos!
– De los mejores conciertos que he visto nunca
– Inmejorable actitud, ¡si señor!
– ¿Me invitas a una copa?
Dije que sí, por supuesto y la casualidad me puso a David junto a mí en la barra pidiendo una reparadora botella de agua y me decidí a hacer la pregunta que había estado mascullando todo el concierto, David, ¿de dónde sacas esas camisas?
Redacto el final de esta crónica y suena el smartphone con el aviso de un correo entrante. Y siempre acudo a su silbido. Era él.
Empecé el concierto muy bien, pero a mí esos grupos que aparecen con tan pocos instrumentos me terminan resultando monótonos, no distingo una canción de otra, así que, a partir del sexto o séptimo tema dejé de estar al otro lado del hilo telefónico. Me entretuve mirando el whatsapp de la chica que tenía delante y después probé su pantalla táctil. Nos tomamos unas cervezas en la barra y me dijo que había salido por primera vez desde hace mucho tiempo y quería un concierto largo. Nos fuimos a casa y acabamos de concedernos unos bises. Los bises, ya sabes, son lo mejor y todo un clásico en los conciertos.